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Serie | El destripador de Yorkshire

El nuevo true crime de Netflix revive los días en que el norte de Inglaterra estuvo a merced del asesino más cruel que vio el siglo XX por aquellos lares.

Wilma McCann tenía 28 años. Era divorciada y madre de cuatro hijos. Vivía en Chapeltown, un suburbio desangelado de la ciudad británica de Leeds. La noche del 29 de octubre de 1975, dejó a los chicos durmiendo en casa y se fue a un nightclub de la zona. La última vez que se la vio con vida fue a la una de la madrugada del día 30, mientras hacía dedo para volver.

Su cadáver fue hallado horas después a 150 metros de su hogar. Presentaba un golpe en la cabeza y diversas heridas en el cuerpo. Al principio fue considerado un asesinato más. Que McCann hubiera sido pobre, una madre que deja a sus hijos solos para salir de gira nocturna y, además, prostituta, le bajaba el precio. Suele haber en este tipo de casos, y se comprobará palmariamente en la saga que comienza con su muerte, una valoración moral de la víctima, lo que vuelve al crimen más o menos indignante a ojos de la sociedad.

Ese asesinato, al principio asordinado, fue en realidad el primero de los trece cometidos por el «serial killer» más terrible de la Inglaterra del siglo XX, sobre el cual se desató durante seis años una cacería jamás vista en la historia criminal moderna del país, pero que sería a la vez torpe y cargada de prejuicios.

El documental «El destripador de Yorkshire», estrenado por la plataforma Netflix, refleja en cuatro capítulos todas las facetas de esta historia: la social, la mediática, la policial, la de género.

«El destripador…» es el viaje a un modo de investigación casi prehistórico. Sin huella genética (la técnica del ADN empezaría a utilizarse en las ciencias forenses en 1984), sin cámaras callejeras, sin celulares geolocalizables, todo era ensayo y error, manotazos ciegos para atrapar a un criminal elusivo que atacaba de madrugada en un radio territorial amplísimo que iba de Leeds a Manchester.

Cuando la prensa agitó la comparación con Jack El Destripador, el legendario asesino de la era victoriana, y cuando las muertes con el mismo patrón empezaron a acumularse (y no todas eran prostitutas, lo que mandaba al diablo la moralina), la Policía no ahorró recursos en personal ni en logística. Puso tanta gente a trabajar y a clasificar información que los cimientos del Departamento Central debieron ser apuntalados para que el edificio no se viniera abajo. Pero terminó siendo más burocracia que inteligencia.

Se siguió la pista de un billete de cinco libras. Se investigaron miles de autos para hallar el que encajara con el rastro de un neumático en el barro. Aparecieron expertos avalando hipótesis falsas y hasta un destripador trucho que engañó a la Policía con cartas y audios que se difundían en todos los medios en una infructuosa campaña de reconocimiento.

Las autoridades, finalmente, terminaron pidiéndoles a las mujeres que no salieran por la noche, lo que activó al movimiento feminista local: mientras los hombres podían vivir su vida a toda hora (el asesino, inclusive), ellas debían quedarse encerradas cuando caía el sol, todo un absurdo de género.

Peter Sutcliffe

Peter Sutcliffe, el destripador de Yorkshire, cayó el 2 de enero de 1981 por casualidad, cuando dos agentes detectaron un auto mal estacionado y que parecía tener una patente falsa. Fueron a ver y allí estaba el hombre más buscado de Inglaterra a punto de matar a una prostituta.

La Policía presentó el arresto como un éxito de gestión, un triunfalismo con bases de cartón que el documental de Netflix desarma a partir de testimonios de familiares de víctimas, sobrevivientes, periodistas e investigadores.

«El destripador de Yorkshire» también deja en evidencia que no hay investigación policial sin ideología. Ciertos sesgos (de género, de clase o de moral) restringieron la mira y permitieron que Sutcliffe se moviera a sus anchas hasta que la suerte dejó de estar con él.

Etiquetas: , Last modified: junio 3, 2021
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