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Hallazgos y legados | Policial negro mexicano y algo más

El hallazgo de unos libros firmados por los pioneros del policial mexicano lleva a una reflexión acerca de nuestras propias bibliotecas y las herencias.

Si bien la pregunta ya estaba dando vueltas, empezó a tomar forma con estos cinco libros que habían viajado miles de kilómetros, habitados con más tinta que aquella con la que venían de imprenta al contar con la firma de sus autores y ahora expuestos ahí en las bateas de una librería como el cadáver de un rey en ataúd de cartón.

¿Qué va a pasar con mis libros cuando me muera?

Si no tengo un hijo, y aún así, si lo tuviera, qué va a pasar con todos esos libros que junté y coleccioné a lo largo de tanto tiempo —diez años y contando—.

Fue buscando por internet por la mítica revista Enigma que tropecé de milagro con un libro del autor de El Complot Mongol, la obra más reconocible del noir mexicano. El hallazgo era una primera edición de 3 novelas policíacas de Rafael Bernal, de  Editorial Jus, publicada en 1946. Y a unos links de distancia encontré Diferentes Razones Tiene La Muerte de María Elvira Bermúdez. Firmado. Y a un precio regalado. Los dos en la misma librería. Así que me mandé.

Y ahí estaban.

Alguna vez juntos en la misma biblioteca, hasta en la misma mesa de luz quizás, y ahora separados, mezclados con J.H. Chase, ediciones y reediciones de El Séptimo Círculo, entre libros eternamente en oferta y otros que fueron clásicos y hoy son olvido. Ahí estaban los libros, un botín de primeras ediciones, tres de ellos firmados por sus autores, la génesis del género policial en México —y un bonus—, desperdigados en una librería a metros del Congreso de la Nación Argentina:

3 Novelas Policíacas. Rafael Bernal. Editorial Jus. 1946

Diferentes Razones Tiene La Muerte. María Elvira Bermúdez. 1953

22 Horas. Margos de Villanueva. Obregón. 1955.

El Crimen de la Obsidiana. Enrique F. Gual Ediciones Minerva. 1942.

Su Nombre Era Muerte. Rafael Bernal. Editorial Jus. 1947

Solo el último, un poco más caro que los demás, delataba que estaba firmado. Pagué y me fui, rápido, como si me escapara de un robo.

Volví pateando a casa y mientras fui hojeando Su Nombre Era Muerte, dedicado para Montes y Bradley. Y me pregunté quién o quiénes serían esas personas. Imaginé una pareja de intelectuales, él un gringo que había terminado radicado en México por el amor hacia Montes, que habría aprendido el idioma como alguien que aprende a caminar en unos zapatos que no son los suyos, pidiéndole a ella que le explicara qué quería decir tal o cual frase coloquial que se escapaba de su español de academia.

Edición firmada de «Su Nombre Era Muerte»

Pero con mi imaginación no bastaba, necesitaba saber quiénes eran y cómo habían terminados sus libros acá.

Porque por algo leo policial. Si hay un misterio, hay que resolverlo.

Esta idea de la pareja duró las quince cuadras que hay hasta casa. Ahí abrí el de Bermúdez y vi algo que me llamó la atención en la dedicatoria. El Montes ya podía ser Mondes o Mondea. Pero ahora era “i Bradley”. No “Y”. El de Villanueva desempató “R. E. Montes i Bradley”.

Edición firmada de «Diferentes Razones Tiene La Muerte»

Qué fácil hubieran sido las cosas para Marlowe con Google.

Y qué aburridas.

Pero ahí estaba la respuesta.

Ricardo Ernesto Montes i Bradley.

Nacido en Rosario en 1905. Crítico, poeta, ensayista. Y el dato fundamental a nuestra historia: se exilió a principios de los cincuenta en México, donde se hizo amigo de Diego Rivera, Siqueiros y Héctor Tizón. Casi nada.

Más allá de varios cargos de renombre, es interesante pensar en esa época, finales de los cincuenta, a un intelectual poniéndose en contacto con los autores del género policial, siempre mirado con recelo. Me pregunto cómo habrán sido esos intercambios. Si algo al pasar o había un interés real, genuino.

Montes i Bradley murió en 1976. Dónde estuvieron tanto tiempo sus libros guardados y qué llevó a qué aparecieran recién en 2019 ahí afuera.

Y vuelvo a esa duda:

¿A dónde irán a terminar mis libros cuando ya no esté?

¿Alguien rematará un Crumley edición limitada y firmada por un BigMac?

¿Volverán Bernal, Bermúdez y compañía a una batea de madera con los nuevos Chase?

¿Alguien se preguntará cómo carajo terminaron en puesto de Parque Rivadavia libros firmados de autores mexicanos como Salvador Ruiz o René Padilla o españoles como Carlos Zanón o Andreu Martin? ¿O, quién sabe, en una de esas alguien en Donceles o en un Re—Read en Barcelona se hallará con algún Kike Ferrari o un Rubén Tizziani y se pondrá contento?

¿Y se preguntará quién carajo es Nicolás Ferraro? O Ferrero. O Ferrari.

Aunque ahora reviso, y son todos para Nico o Nicolás, así que van a tener menos pistas para buscar.

Pienso y deseo que no tengan que buscar.

Que el que los tenga sepa a quién pertenecieron.

Que pueda dárselos a alguien como un gesto de amor o respeto.

Lo triste sería que terminen vendidos como papel o saqueados por un librero que le dé dos pesos al dueño. O capaz tengan la suerte de caer en manos que sepan qué están obteniendo. Como pasó con los libros de Montes i Bradley.

Ahora solo queda leerlos.

Etiquetas: , , , , Last modified: diciembre 18, 2020
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