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CLAUDIO CERDÁN | Los Señores del Humo

Con su última obra, Los señores del humo, Claudio Cerdán se arriesga, apuesta y gana. Pasen y conozcan a uno de los autores de novela negra más vigorosos de la escena española actual.

El señor del aire nuevo

Hubo un tiempo en que el faro de Negra y Criminal, la mítica librería de Barcelona, nos guiaba en las turbulentas aguas del género. Atesoro muchos mails del librero Paco Camarasa, de aquella época en que traficábamos material literario de un lado a otro del charco. En uno, fechado en 2014, le pedía una pila de libros e insistía para que Paco definiera la forma de pago, que solía ser otra lista de libros, solo conseguibles en Buenos Aires. Desde luego, mi pedido siempre se basaba en las reseñas que podía leer y en las listas de novedades de la librería, pero filtradas por la recomendación personalizada de Paco. Era habitual que, conociendo qué tipo de lector éramos algunos de sus clientes, te desaconsejara un libro que él mismo había incluido, con criterio comercial, en su Carta del Librero del mes. Lo cierto es que le preguntaba en ese correo por ciertas novedades de dos autores españoles desconocidos para mí. La respuesta, contundente, señalaba a uno, ese que usaba refranes populares para titular sus novelas: “Tiene más vocación, y más futuro, de narrador”.

Así fue que llegó a mis manos la edición española de Cien años de perdón, la segunda novela de Claudio Cerdán. Como tantas otras veces, Paco acertó: no supe que el otro autor haya editado nada nuevo desde entonces, mientras solo hace falta darse una vuelta por claudiocerdan.com para comprender lo que quería decir Paco con “vocación y futuro”.

Reseñé aquella buena novela y hubiera leído otras más. Pero, como dijo un presidente, “pasaron cosas”: cerró Negra y Criminal, nos dejó Paco, y se hizo muy difícil seguir a Cerdán desde Buenos Aires (su única edición local es la mencionada Cien años de perdón, que sacó Editorial Revólver en 2015). Así que tuve que esperar a 2019 —la gente todavía viajaba en aquellos tiempos— para que llegara a mis manos Los señores del humo, su novela más reciente.

¿De qué va Los señores del humo?

En 2012 España se hunde en la crisis. Como todo el que está en la lona, desesperado, compra la salvación en cualquier cosa: ser sede olímpica en 2020 o convertirse en el Las Vegas de Europa.

Es el caldo ideal para que los políticos hagan negocio facilitándole el business a un tal Harrelson Levy, magnate yanqui del juego. Lo que se dice un win-win. A cambio de la construcción de Eurovegas (sí, ese era el nombre) en Madrid, la sociedad española debe esperar la bonanza de “centenares de miles” de puestos de trabajo, un desenfreno de turismo, ludopatía, mugre. O sea, debe comprar humo.

En las excavaciones para la construcción de Eurovegas aparece un cráneo humano. ¿Restos arqueológicos o un crimen reciente? Da lo mismo: la billetera de Levy puede comprar diez veces a toda la prensa y la política, como para que las excavadoras no dejen de trabajar un solo minuto.

Pero resulta que aparece el primero de los tres personajes que protagonizan esta novela, y comienza a rodar la trama.

Paco Faura es un expolicía. Padre y abuelo y con un infarto a cuestas, ya casi no va a ver a su esposa, en coma luego de un accidente de tránsito del que huyó el culpable. Para cubrir la cuenta del hospital complementa su trabajo de detective sin licencia “aceitando” los desalojos y las expropiaciones de terrenos para el Eurovegas. Cansado de todo, incluso de la podredumbre que le da de comer, relaciona el cráneo aparecido con un viejo caso de asesinato que no pudo resolver treinta años antes.

CJ es Carl Jimenes. Veterano de la guerra de Afganistán y personal de seguridad de Harrison Levy en sus casinos de Macao, llega a Madrid para cuidar a Larry, el hijo bobo de Levy. Cuando aparece esa cabeza y otras de indigentes y prostitutas sospecha que el asesino es Percy de la Cruz, un viejo compañero de armas al que un día cree ver entre los sin techo de Madrid. El bueno de Percy, quebrado por la tortura talibán, se encargaba de decapitar prisioneros.

Completa el triángulo Aldo, un sicario que simuló su muerte en México para escapar de sus patrones narcos. La cárcel española le ha dejado el vínculo con Dimitri, y al salir trabaja para él como proxeneta. Adicto a cualquier cosa que pueda matarlo, se engancha con una de las putas que debe cuidar, la chica se porta mal y alguien la corta en dos a la altura del cuello. Medio ciego, enloquecido por la falopa, paranoico, ve en las decapitaciones el modus operandi del cártel al que traicionó. Aldo es una bomba de tiempo humana.

Como cualquiera puede imaginar las rutas que estos tres desconocidos (entre ellos) siguen detrás del asesino que hace rodar cabezas por medio Madrid se cruzarán en algún momento para darle explosión al cierre de una trama redonda.

Se ha hablado mucho y muy bien de esta novela, y todos los elogios son merecidos. Que la “denuncia-social-que-toda-buena-novela-negra-debe-tener”, que la descripción cruda de la casta política corrupta, de la sociedad idiotizada, que el sentido del humor, que la “carnadura” de los personajes. Todo muy cierto.

Pero quiero rescatar otros aspectos que a mí me importan tanto o más.

El primero es el respeto por la construcción de una trama sólida. Parece una obviedad que toda novela debe tener una trama que cierre, pero hay que decirlo:  no todas la tienen, porque no es cosa fácil. Requiere oficio, y Cerdán demuestra dominarlo. Hace que el lector quiera saber qué va a pasar en la siguiente página, que imagine, como en el ajedrez, posibles caminos lógicos, verosímiles. Pero atención: ese lector exige en consecuencia, por eso el autor toma un riesgo y debe estar a la altura.

Pero no es el único riesgo que asume Cerdán.

Hay un espíritu norteamericano en esta novela. En la estructura de capítulos cortos, en los diálogos filosos, en el humor y la prosa seca, de oraciones sin verbo. Ritmo, ritmo, ritmo sin respiro.

Todo remite al Ellroy de la Trilogía Americana. Y, la verdad, hay que tener huevos para escribir hoy novela negra española con una pata en Ellroy.

Es conocida la militancia de Cerdán en contra de la piratería, y su defensa de las fuentes de ingresos de los escritores, especialmente de “los del medio” (los que sin ser best seller aspiran a hacer de la escritura su medio de vida). Sin embargo, Cerdán no escribe para un mercado. No hace falta ser un experto para darse cuenta de esto. Su propuesta artística no esquiva la violencia cruda, la incorrección política. Tal vez le vaya bien con esta novela en términos de ventas, y se lo merece, pero estoy seguro de que no tanto como si escribiera historias de inspectoras de policía acosadas por El Sistema, que vuelven a su Pueblo Natal para destapar una Oscura Trama que bla bla bla… esas historias estandarizadas, “algoritmizadas”, nacidas para Netflix, como las que inundan las novedades de “novela negra” que salen en la península (el entrecomillado como “el-rótulo-que-abarca-casi-cualquier-cosa”). La apuesta estética de Cerdán va por otro carril. Se arriesga y resiste en el margen. Está clarísimo que Claudio Cerdán ya dejó de ser la joven promesa de hace ocho o nueve años. Podría tratarse del escritor más vigoroso del panorama actual de la novela negra hispana. Con Los señores del humo reafirmo la sensación que tuve hace seis años: su literatura es un valioso brote vital en el tan amplio como desparejo panorama de la “novela negra” española.

Etiquetas: , , Last modified: febrero 5, 2021
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