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LA RABIA DEL PÉON | Entrevista a Jerónimo García Tomás

La Rabia del Peón, premio de novela Ateneo Mercantil de Valencia, no se anda con vueltas. Va al grano. Golpea. Revienta. Y sigue. Un mix de novela de investigación y con aires de pulp y Poliziotteschi, Jerónimo García Tomás nos entrega una historia de revancha. Y de mucha rabia, de esa que si no muere, mata.

Román hace rato que perdió todo. Una estancia en la cárcel rompió el débil andamiaje que lo conectaba con los demás y consigo mismo. Ahora regentea un boliche para el mismo tipo para el que laburaba cuando terminó preso, un narco que también regentea cabarets. 

Román no piensa mucho. Se mueve como un autómata. 

Hasta que dos sicarios entran y se cargan a su compañera de trabajo, antes de que él los liquide. La cárcel le enseñó dos o tres cosas sobre él mismo. Una es su capacidad de ejercer daño sobre los demás. Y  otra es darse cuenta que no todo es lo que parece. Algo se despierta en Román, y arrancará una investigación para descubrir la verdad del trabajo por el que fue en cana. Un peón que se cansó de serlo y quiere llegar hasta el final para convertirse en otra cosa.

La Rabia del Peón, premio de novela Ateneo Mercantil de Valencia, no se anda con vueltas. Va al grano. Golpea. Revienta. Y sigue. Un mix de novela de investigación y con aires de pulp y Poliziotteschi, Jerónimo García Tomás nos entrega una historia de revancha. Y de mucha rabia, de esa que si no muere, mata.

Un rápido vistazo a tu prontuario nos muestra las novelas Cautivos, La Rabia del Peón y Lidia, y veo que te encontrás parado de lleno dentro del género negro. ¿Cómo llegaste al género, tanto como lector y como escritor? 

Me convertí en un apasionado de la novela negra en la adolescencia, hacia los 16 o 17 años. Antes me había interesado más el terror, y creo que el autor que me hizo de puente fue James Ellroy. Recuerdo leer un artículo en el que se le mencionaba como uno de los creadores de la figura del psicópata moderno, así que busqué algo suyo y compré La dalia negra. Al principio me decepcionó descubrir que era más policíaco que terrorífico, pero luego no solo me enganchó muchísimo sino que despertó mi curiosidad por el género. A eso debió unirse el estreno de Pulp Fiction, que terminé viendo hasta cinco veces en el cine. La película de Tarantino suponía una fuerte incitación a adentrarse en ese universo narrativo de gangsters y violencia al que aludía el título. Poco después cayó en mis manos, de manera bastante fortuita, un ejemplar de Cosecha roja. Entonces no sabía ni quién era Dashiell Hammett. No tenía ni idea de la importancia de ese libro en concreto como obra inaugural. Como me pasa siempre que me aficiono a algo, en seguida quería saberlo y leerlo todo. Aún no contábamos con internet, así que lo único que podía hacer era  recorrer las librerías de viejo de mi ciudad pillando lo que encontrara. Todo lo que se había publicado en España desde finales de los 70 hasta principios de los 90, cuando decayó el interés por el noir, estaba ya descatalogado pero se encontraba con facilidad de segunda mano. Así es como fui conociendo a Himes, Goodis, Thompson, Burnett, Hadley Chase… En cuanto a escribir, siempre había tenido la idea de hacerlo, y si no me había lanzado aún había sido por pura pereza. Mis primeros relatos creo que los escribí con 23 años. En ellos trataba de imitar el estilo tanto de Chandler como del hardboiled primitivo. A los 25 terminé una novela. Era una historia algo goodisiana, sobre un hombre que mataba a una joven ladrona creyendo que iba armada y suponía un peligro para él, y luego, movido por la culpa, trataba de descubrir qué había llevado a la chica hasta ese momento fatídico. Me gustaba el punto de partida, porque suponía tener al protagonista investigando el crimen que él mismo había cometido. Pero también me daba cuenta de que no era un buen libro, así que por suerte no cometí el error de intentar moverlo, y decidí seguir con otras cosas hasta tener algo que me pareciese digno de buscar publicación.

Estamos acostumbrados a que cuando hablemos de tráfico de drogas, mulas, generalmente sea acerca de latinos que fueron arrestados en Europa -y en sus propios países antes de partir-, pero en el caso del protagonista de La Rabia del Peón, Román, hay un corrimiento ya que es una mula europea. ¿Cómo fue la génesis de este personaje y de la novela?

Precisamente, todo partió de Román. A mí me habían impresionado mucho los artículos que había leído sobre ciudadanos españoles detenidos en Latinoamérica por hacer de mulas. Aquí se habló bastante del asunto durante un tiempo. Incluso hubo un programa de televisión sobre españoles en prisiones latinoamericanas, y lo que llamaba la atención es que la mayoría estaban encarcelados por lo mismo. Muchos de ellos ni siquiera eran delincuentes. Se habían dejado convencer para hacer el viaje al verse en una mala situación económica y ahora se hallaban lejos de sus casas, sufriendo un castigo a todas luces desproporcionado. No solo eso, sino que a veces habían dejado a sus familias en circunstancias aún peores. La pregunta que me hacía todo el tiempo era cómo debían de sentirse en lo referente a su propia responsabilidad; es decir, hasta qué punto podía atormentarles la idea de haberse condenado ellos mismos a ese infierno al haber aceptado correr un riesgo tan sumamente alto. Quería escribir sobre ello, y se me ocurrió que lo mejor podía ser crear un personaje que hubiese pasado por dicha experiencia y situarlo de vuelta en su ciudad, trabajando para el mismo traficante que lo había enviado a Colombia en el pasado. Después, ya solo necesitaba un suceso catalizador a partir del cual ir desarrollando el esquema de la trama. Cuando más me documenté, realmente, fue después de haber redactado un primer borrador del libro y antes de abordar el siguiente. Suelo hacerlo así, porque de este modo tengo siempre muy claro cuál es la información que necesito. No solo leí todo lo que encontré en la red sobre las mulas, también me informé bastante sobre la penitenciaría de Bellavista, una vez decidí que sería allí donde habría estado Román.

Dentro del género negro, los protagonistas femeninos han ido cambiando de espacio y representación; me gustaría hablar de Carla, de esta desfachatez y exceso, y de su aparición dentro del libro.

Con Carla sabía que me estaba arriesgando, porque es el personaje más al límite en cuanto a exceso, como dices tú. En general, por toda la novela sobrevuela un aire de exageración. Hasta de humor negro en varios pasajes. Pero Carla en concreto era el elemento que más corría el peligro de bordear la caricatura y poner en peligro la verosimilitud del relato. Al mismo tiempo, era uno de los personajes que me resultaban más interesantes. Tal como la veía, se trataba de partir de una figura típica del género, la chica del gangster, para sacarla de su rol habitual y llevarla por otro lado. En un principio, es como la Gloria Grahame de Los sobornados pasada de rosca. Luego se convierte en una suerte de figura bufonesca, amoral e hipersexualizada, cuyo papel en la trama es esencial, ya que hace de guía de Román en más de una ocasión y lo empuja de alguna manera hacia su destino. En el último tramo, trata incluso de convertirse para él en una distorsionada voz de la conciencia. Un Pepito Grillo retorcido y cabrón, por decirlo de algún modo. Estoy bastante satisfecho con cómo quedó, aunque está claro que no a todos los lectores les puede funcionar igual de bien.

La cárcel como un elemento que debería corregir o enderezar y termina por ser la fábrica de animales, como diría Eddie Bunker. ¿Cómo percibís esta institución?

En la novela que escribí a continuación de La rabia del peón y que aún no he publicado, Antes de abandonarlo todo, el narrador dice en determinado momento: “No sé si la cárcel puede hacer mejor o peor a alguien, o si saca lo mejor o lo peor que tiene. Pero creo que puede hacer que uno deje de saber quién es”. Nunca he estado en prisión y obviamente no puedo hablar desde la experiencia, como hace Bunker. Pero lo que me atrae de la idea del encierro, más que el hecho de acercar al prisionero a la maldad, es ese componente relacionado con la pérdida de identidad. Tal y como lo imagino, el encarcelamiento supone un giro tan drástico en la realidad que te rodea, y en la escala de valores que ha de regir tu cotidianidad, que fácilmente puede terminar haciéndote perder el contacto con quien eras o creías ser. Tiene que ver con un concepto de la personalidad como algo inseguro y maleable. Llega un momento en que Román ya no puede recuperar su anterior yo. Aunque siempre quedan rasgos inmutables, claro, de los que uno no se puede librar aunque quiera. En su caso, está la ingenuidad, que conlleva una propensión a dejarse manipular. Eso explica que, a pesar de todo lo que va descubriendo, a lo largo del libro siga empeñado en ver a Tormo, el traficante por el que lo encarcelaron, como a un benefactor.

Cuando pienso en el género negro, me interesa pensarlo como una literatura de la desesperación, idea que es interpelada en tu novela, ya que en un momento se nos dice acerca del personaje de Román: “Sin futuro, ningún acto era demasiado bueno o demasiado malo”. Esa inmediatez y concepción de los propios límites como algo efímero, ponen en juego una relación con el mundo mediada a través de la desesperación. 

Así es. Desesperación, alienación y paranoia, añadiría yo. Son seguramente los tres pilares emocionales sobre los que se sustenta el género. Hay un interesante libro de Woody Haut, Pulp Culture, que lo aborda desde esa perspectiva. En el caso de Román, la desesperación va adoptando diversas formas. Fue una situación económica desesperada la que lo hizo viajar a Colombia para transportar droga. Cuando se toma una decisión así, obviamente se está pensando en el futuro. Hay una esperanza de que esa resolución extrema nos acabe salvando. Luego, cuando es apresado, esa misma desesperación muta, se exacerba y deviene en otra cosa. En gran medida, el problema de Román consiste en que su cargo de conciencia, toda esa pesada losa de culpa y vergüenza, le lleva a convencerse de que merece el castigo, todo ese sufrimiento al que se ve sometido. El siguiente paso es el autoabandono. Se niega a sí mismo la posibilidad, o el derecho incluso, de regresar a su vida anterior cuando concluya su condena. Así, todo cuanto le queda es entregarse a su penitencia y a una cierta inercia autodestructiva. En ese estado, en que se ha perdido el contacto con la vida que nos rodea y todo lo que se espera es acabar cuanto antes, el hecho de obrar bien o mal pierde su sentido. La barbarie puede presentarse como algo natural, carente de consecuencia y de significado. Lo paradójico en este caso es que, habiendo llegado Román a ese estado de nihilismo extremo movido por el sentimiento de culpa, las acciones a las cuales se ve conducido terminan siendo mucho peores que aquella que originó la culpa en primer lugar. Para bien o para mal, llega un momento en que toca fondo. Entonces se produce la toma de contacto. Y surge de nuevo a flote para volver al punto de partida y encontrarse con otro tipo de desesperación, esta más existencial que material. Por eso, no duda en agarrarse en cuerpo y alma al clavo ardiendo que Tormo le ofrece. Después de haberse anulado a sí mismo con tanto empeño, solo le queda entregarse a la ilusión de su nuevo papel en el mundo: ser el gerente de un club nocturno. El asesinato de Samantha, la camarera, viene a desmontar toda esa construcción ilusoria.

Influencias & Pasiones

Mientras leía la novela, no podía dejar de dar cuenta de este amor por la novela negra clásica, enmarcado en una investigación, pero al mismo tiempo aparecía una veta pulp y con aires de Poliziotteschi, el cine de género de italia en los años setenta. Podemos hablar de este mestizaje.

Desde el principio quería que tuviese esa veta pulp. Y de hecho, creo que es la más pulp de mis novelas. Ya he explicado como todo había partido de mi voluntad de partir de un personaje con un bagaje determinado. Pero mi idea era introducirlo en una trama de novela negra clásica en la que pudiese jugar con determinados elementos más o menos reconocibles para llevármelos después a mi terreno. Aún usando un material extraído de la realidad, como era el tema de las mulas, tenía claro que no iba a obsesionarme con ser realista. En ese momento me apetecía escribir esa clase de novela, pulp y un tanto hiperbólica. Por otro lado, también hay pasajes bastante introspectivos, así que una de mis preocupaciones era la de lograr el equilibrio idóneo entre ambas características para que el conjunto funcionase bien. Por ejemplo, tuve bastante cuidado a la hora de escoger dónde introducir los episodios retrospectivos en los que se narra la estancia de Román en Medellín, porque eran los más digresivos de cara a la trama y podían afectar al ritmo de la narración. Era la primera vez, además, que contaba en una novela con un narrador omnisciente capaz de asumir el punto de vista de los personajes. En Cautivos había usado la primera persona, como hice después en Antes de abandonarlo todo, y Lidia me la había planteado como un ejercicio de objetivismo extremo, en el que la voz narrativa no se permitiese en ningún momento asomarse a la cabeza nadie y se limitase a la acción y a las descripciones. En cuanto a lo del poliziesco, en La rabia del peón no fui tan consciente de esa influencia, pero sí lo he sido otras veces, así que es muy posible que se note ese aire del que hablas. Siempre me ha apasionado el cine de género italiano. De hecho, lo último que he terminado ha sido una novela a cuatro manos con la escritora Eva Molina Noguera en la que hemos querido hacer nuestro particular homenaje al cine giallo. He estado viviendo en Italia dos veces, la primera en Roma y la segunda en Génova, que se considera la capital del poliziesco, ya que se rodaron más películas del género allí que en cualquier otra ciudad. Y allí precisamente me dediqué a ver tantos polizieschi como pude. Como buen género de explotación europeo, el poliziesco imitaba los rasgos estilísticos del thriller norteamericano, acentuándolos y exagerándolos hasta cierto punto. Un poco como había hecho el spaghetti-western con el western clásico. Por otro lado, una de las cosas que más me cautivaban era el uso que hacían los directores del paisaje urbano algo decadente y degradado de las ciudades italianas como escenario idóneo para el noir moderno. Para mí, que soy un enamorado de ambas cosas, la visión de los polizieschi suponía un placer estético considerable. En uno de los relatos que escribí estando en Génova, Expedición nocturna, utilizaba cierta tipología de personajes propia del género. Y al poco de regresar a Valencia realicé un cortometraje amateur titulado El arma en el que intentaba emular un poco el estilo de aquellas películas.

Si uno se da una vuelta por tu página, Suburbios de Poisonville, se encontrará con autores clásicos, del periodo del 70, 80, y anteriores, pero no se ve mucha actualidad. Esto me dispara dos preguntas. ¿Qué es en lo particular que te atrae de ese periodo?

Es cierto que me atrae muchísimo más el periodo clásico que el actual. La etapa que más me gusta de la historia del noir es la de la llamada generación del paperback, que va de mediados de los 40 hasta principios de los 60. Es en esa época, a mi entender, cuando el noir se abre a un sinfín de posibilidades, cuando las temáticas se expanden y se ramifican y surgen autores capaces de explotar a fondo las posibilidades que ofrece el género y de llevarlo a sus más altas cotas de expresión. De un caótico conjunto de temas escabrosos, pasiones viscerales y escenas truculentas surgen voces tan absolutamente geniales y únicas como las de Thompson y Goodis. Supongo que la vena pulp me viene en gran parte de mi amor a los paperbacks, porque también me gustan autores como Gil Brewer o Wade Miller, que representan la vertiente más abiertamente pulp. Después vinieron cosas que están muy bien, no digo que no, y hubo escritores que aportaron cosas importantes y a los que hay que leer, pero en términos generales, y sin entrar en juicios valorativos, el rumbo que terminó tomando el noir a partir de los 70, sobre todo en Estados Unidos, me resulta menos interesante. Hay quien opina que las obras posteriores al periodo de los paperbacks lo fueron llevando a un terreno más maduro y menos estereotipado, que empezaron a ser más eficaces a la hora de retratar las realidades sociales y a construir personajes más complejos. Podría ser, aunque a mí me cuesta verlo así. Me da la impresión de que, al avanzar el modelo de mercado hacia el best-seller, se impuso una forma de narrar más aséptica que carecía de la energía y la fuerza estilística que había distinguido al noir desde Dashiell Hammett. Dos de mis autores preferidos, de todos modos, pertenecen a la década de los 70. Pero ambos son europeos. Me refiero al británico Ted Lewis y al francés Jean-Patrick Manchette. Los dos a su manera bebieron de la tradición para adaptarla a su contexto y a sus intereses, desarrollando universos narrativos propios. Supongo que eso es lo que a mí me gustaría llegar a conseguir. En referencia a mi blog, Suburbios de Poisonville, lo creé con la intención de escribir sobre obras que me parecía estaban olvidadas o que eran desconocidas para el lector hispanoparlante. Novelas que llevaban tiempo descatalogadas o que no habían sido traducidas siquiera. Tenía claro que mi primer artículo iba a ser sobre el Carter de Ted Lewis, una novela que me fascina y que entonces aún no había sido rescatada por Sajalín. Después he seguido manteniendo el mismo propósito. No sé si servirá de algo, ni si habré conseguido despertar la curiosidad de alguien, pero al menos he aportado mi grano de arena e intentado llamar la atención sobre obras que creo están pidiendo a gritos una traducción desde hace décadas. Como Pick-Up, de Charles Willeford; una verdadera joya.

Siguiendo con la pregunta anterior, cómo ves el estado de situación actual del género, tanto en España como a nivel mundial. ¿Qué es lo que te resulta más atractivo y, por el otro lado, más preocupante de este momento?

No estoy excesivamente al tanto de la situación actual, la verdad, así que no puedo opinar mucho. Hace poco volvía a leer en prensa un artículo que hablaba de la buena salud del género, de que sigue siendo el más vendido en todas partes y demás. Por otro lado, la queja habitual es la de que se publica demasiado y se visibiliza demasiado poco. Supongo que es verdad, aunque tampoco sé hasta qué punto la sobreabundancia de títulos es algo negativo. No me gusta hablar de ello en esos términos, porque siempre siento que quejarse de la sobreabundancia equivale un poco a decir: querría que solo publicásemos yo y unos pocos autores más. Está claro que a todos nos gustaría ser una de las cabezas visibles y que llegar a serlo es complicado. Pero es lo que hay. A nivel mundial, hay algunos pocos escritores actuales que he leído y me gustan. Me vienen por ejemplo a la cabeza Jason Starr y Daniel Woodrell. Y entre la nueva hornada del panorama español, creo que hay autores con propuestas muy interesantes, como José María García Sánchez o Jordi Ledesma.

Etiquetas: , , , , Last modified: febrero 12, 2021
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