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Rubén Tizziani | Noches Sin Lunas Ni Soles

Una novela negra argentina fundacional, una historia de lealtades y destinos.

Empezar una página siempre es un desafío. Desde dónde es la primera pregunta y con qué. Cómo vas a dar la cara. Y la respuesta fue lógica: con la historia de varios principios, que terminaron haciendo que hoy, esté —estemos— acá.

Hace casi tres años, desde la Biblioteca Nacional en conjunto al fotógrafo Alejandro Meter estábamos armando un proyecto de retratos de autores de género negro. Había una lista a la que tratábamos de sumar la mayor cantidad de autores. Mirándola, dije: che, falta Rubén Tizziani. Conseguí el teléfono y lo invité. A los días vino a sacar la foto. 

Me acuerdo del gesto serio, reacio para las fotos. La sonrisa una vez que se apagaron los flashes de colores de Meter. El saber que todavía estaba arriba del ring.

Y de que su obra aún era —y es— vigente.

Pero Tizziani ya estaba antes en mi vida. Noche sin Lunas ni Soles fue una de las primeras novelas negras argentinas que leí, esas que decían: ojo, que acá también hay noir.

Fue allá por el 2011 que en un homenaje al “Pionero de la Novela Negra” en la SEA donde vi por primera vez a Tizziani. No recuerdo qué le dije o si apenas crucé una felicitación tímida y poco más. Sí me acuerdo de que fuimos con Kike Ferrari y Ariel Mazzeo como si fuéramos a un recital. 

Como si fuéramos hinchas del mismo club, porque si la literatura es una camiseta, la nuestra es la de negra y criminal.

Eso fue otro principio, el de una hermandad que se plasma en esta página y en lo que escribimos y en las cervezas que brindamos cuando nos juntamos a ver cómo estamos, y claro, en qué andamos trabajando o leyendo.

La invitación a ser parte de la muestra me acercó a Rubén y esta vez sí hablamos, y el encuentro inicial devino en un vínculo entre los dos. Nos encontrábamos de vez en cuando, cafés acá allá, bares o en su casa. También volvió a la Biblioteca, esta vez para el ciclo Fundido a Negro junto a su amigo Guillermo Orsi, uno de sus más fervientes hinchas. En nuestros encuentros se le notaban ciertas ganas de volver, ya sea con unos talleres de guion o escritura, o con sus libros. A mediados de marzo me pegó un tubazo para juntarnos uno de estos días. Quedamos en un café que la cuarentena se llevó y al poco tiempo Rubén nos dejó. Quedó volver a sus libros.

Así que agarré Noches Sin Lunas ni Soles y salieron estas palabras.

Edición de 1975

Cairo necesita salir de la cárcel. Por más que le quede un año nomás de condena, tiene que rajarse. Así que contrata a Páez y compañía para que lo liberen de un juzgado. Y así nos metemos en la novela que arranca ya desde el vamos con una escena de acción y que dice: ojo que por acá no vamos de policial, esto es otra cosa.

La liberación de Cairo no entra en un honor entre ladrones, no es un favor de Páez por los viejos tiempos o alguna deuda, sino que responde a un simple negocio. A cambio de su libertad, Cairo les dará parte del botín del golpe que hizo que terminara en cana y que lo está esperando.

Cuando dije que Cairo necesita salir de la cárcel pongo énfasis en el necesita. No desea, no quiere, lo necesita. Allá, lejos en Paraguay, se está muriendo Natale. Su hermano en armas. Y no se trata de llevarle la guita del robo, sino de estar ahí, para que el otro, ese hermano no se vaya solo cuando le toque perder del todo. Esa soledad es la que empapa la carta de Natale que Cairo lleva como otros llevan un rosario.

“No hay nadie en quien pueda confiarse. Ahora me doy cuenta de lo solos que estuvimos viviendo todos estos años. Y te aseguro que no hay nada más jodido que saber que te vas a morir y no poder decírselo a nadie”

“La muerte es demasiado para bancársela uno solo”.

Y esta historia que podría encuadrarse dentro del subgénero man─out─of─prison empieza a tomar su propio esqueleto. Porque cuando Cairo sale de la cárcel, no hay nadie esperándolo con un auto y un abrazo a la salida. Es un escape. Un rescate. O podría decir, lo secuestran. Porque todavía con el olor a la cárcel encima, todavía olfateando esa mugre anhelada —curioso olor de la libertad—, guardado en una casa de provincia, enroque de encierros,

Páez ya quiere lo que le corresponde, nada de gracias ─esto es un trabajo─ y Cairo siente que la mejicaneada está a la vuelta, la paranoia de que lo van a cagar, no sabe si desde el principio era el plan o si fue algo que les vino después; ni bien les dé la plata le van a meter un balazo y ya no habrá Paraguay, ni Natale, sino un charco de sí mismo y nada más.

¿Quién te creés que soy yo? Yo no soy nadie, viejo; apenas un chorro del montón, un tipo que una vez, de pura casualidad, pudo llevarse un paquete grande. Tan boludo, además, como para perder antes de empezar a gastarla.

Cairo tratará de postergar lo impostergable, pero terminan enfilando hacia Buenos Aires para pasar la noche en el aguantadero de Páez y a la mañana siguiente sí, ir a buscar la guita o el destino. Es ahí donde aparece Ana, la pareja de Páez. La atracción con Cairo es instantánea. A él no le cuesta nada, con el cuerpo privado de una mujer desde hace mucho tiempo. Y ella curiosa, acerca de ese tipo sobre el que había girado la vida de los tres chorros, ese que les permitió que se sintieran por un rato mafiosos de verdad y no hijos de vecino, delincuentes de medio pelo.

Cairo esperará a que se duerman y decidirá rajarse. No piensa perder esta vuelta, y mientras tantea cómo mandarse a mudar por el patio, Ana lo ve, y en vez de dar el aviso, decide fugarse con él. 

Será tiempo de búsqueda y de encuentros. Entre ellos dos, entre Ana y Cairo, y entre Cairo y Páez. Y entre la policía y estos pistoleros porteños. 

La historia nos presenta al comisario Maidana. Él y Cairo tienen historia. Ya se le escapó en un tiroteo y después cuando lo atrapó, se lo sacaron de las manos antes de que pudiera cantar dónde tenía escondida la guita. Esta vez tiene que agarrarlo y rápido, antes que tenga papeles y se raje para siempre.

Así la novela se volverá una persecución entre Cairo | Páez | Maidana.

Poster de la adaptación al cine en 1984

Me parece interesante ir señalando algunas características que terminan por definir a la novela, así como también al género negro.

La búsqueda de la identidad será el tema que defina la historia de Cairo por partida doble. Él necesita un tocomocho, un documento nuevo para poder cruzar a Paraguay, y es en esta búsqueda donde hará reflejo sobre él mismo, indagar realmente quién es, mientras la paranoia lo irá mordiendo —la paranoia, otra pieza importante—, así como también lo harán las palabras de Natale. No da morir solo. 

Por el otro lado tenemos el tema de los códigos. Siempre parece que hay una última especie con códigos que resiste -algo que parece venir sucediendo desde el principio de los tiempos-; y uno nunca sabe si todo estuvo perdido, o si cada vez queda menos a lo que aferrarse. Tenemos dos bases sobre las que operan los personajes: los códigos y la guita. Cairo / Páez y Maidana.

En una entrevista Tizziani admitía sobre sus personajes que ellos “tratan de ver cómo algunas virtudes de la gente, aún en sus momentos dramáticos, se mantienen o no se mantienen”.

“Escribí ese libro para hablar de la violencia, que estalla en la narrativa policial argentina en la década del 70. Todo es sangre y crimen y no es casual que aparezca en la década más violenta de la historia argentina”, explicó Tizziani. “Soy incapaz de abordar la realidad en forma directa. En eso, soy un discípulo contumaz y empedernido de Faulkner. Sólo puedo trabajarla por parábolas y arrimándome a ella tangencialmente, nunca entro por la puerta, siempre ingreso por hendijas o por la ventana a la realidad”1

Noches sin Lunas ni Soles es a secas una novela sobre la lealtad. Si Cairo baja la cabeza, cumple su condena, al año sale limpio. Sí. Pero su amigo muere en la absoluta soledad. Y eso es algo que no se puede permitir.
Por otro lado, tenemos a Páez “esto es solo un laburo” y, en la misma línea, Maidana, cuyo deseo de atrapar a Cairo tiene más de Ahab yendo detrás de Moby Dick que de hacer cumplir la ley. Si hablamos de un Moby Dick con la panza llena de billetes. Al Comisario Maidana no le importa un carajo que Cairo sea un prófugo, total es un caco de dos pesos en su prontuario, pero para Maidana vale 60 millones. Acá no es la ley la que opera, tampoco la justicia, sino hacerse con esa teca. 

“Páez volvió a negar, como si no le gustara una mierda ser amigo del otro, comprometerse.

—Estas cosas no se hacen por amistad, viejo. Se pueden hacer, claro, pero no deberían pedirse en nombre de la amistad. Uno tipo que le pide a un amigo que se comprometa por él, gratarola, no es tan amigo. No sé si me entendés. Yo nunca pedí nada que comprometiera a los amigos. Así que no me debés ningún favor: fue un laburo que te hice y que tenés que pagar.”

Otro rasgo de la novela de Tizziani fue pararse y mostrar a los criminales sin importar si iban de caño o si pertenecían a las fuerzas. Nos va pintando personajes para que los comprendamos y no los juzguemos. 

Noches sin Lunas ni Soles podría ser considerada la primera novela negra argentina. Es el registro, el darle voz a estos marginales el gran acierto de este libro y lo que inaugura una época de pistoleros porteños. El uso de la jerga anclada en un acá y ahora, se apodera de una historia que casi siempre pasaba “allá”, ya sea NY, Chicago, California, pero nunca acá. Tiene la sinceridad del coloquial, las cosas por su nombre. Tizziani le dio voz a estos criminales. Una voz que me contó que supo escuchar haciendo una nota donde le tocó parar en una cárcel y vio que ahí había algo. Hizo hablar a sus personajes de la manera que hablaban, con su argot y su jerga, porque en la calle no hay armas, sino bufosos, un hombre es un punto y uno no sale de noche, sino que sale de garufa. Se los apropió y te los dejó en el Obelisco y en Palermo viejo. 

Ana por otra parte no encarna el rol típico hasta ese momento de la mujer objeto, sexo y nada más. Un papel reducido a tres frases inteligentes o cierto dolor de las “niñas ricas”, oh pobre de mí. Es interesante porque si bien Ana puede presentarse bajo ese papel, una mujer después de la cárcel, sacarse las ganas. Después de haber estado con ella, sigue estando, ella es la mañana siguiente. Eso sí es deseo. 

Es en cierta manera, ya no femme fatale, sino una femme amable en el doble sentido, como alguien que puede ser amada y al que mismo tiempo es agradable con el protagonista.

Y a Cairo, un tipo acostumbrado a la traición, la paranoia lo hace sospechar de ese afecto. Y después dudar, claro. Sentir que a donde iba, no había lugar para ella en su destino como lo reflejan las charlas con el taquero que le hace el nuevo documento:

─En otra época no hubieras metido a una mujer en el asunto

─Yo no la metí, se metió sola

─Vamos, la gente siempre se mete sola. Digo que antes la hubieras espantado.

Las mujeres te llevarán a la perdición, reza el mantra del policial negro, en la novela negra quizás no puedas ganarte una mujer porque ya estás perdido mucho antes de estar con ella. Y a la manera de Goodis, vienen a recordarte el que alguna vez fuiste, ese que pudiste ser y el que sos ahora. Y hacerte sentir que ese que querés ser está lejos. Bastante lejos. Y hay una veta cargada de desesperación entre esos amantes y el miedo de no poder disfrutarse. Cairo y el miedo de perder a Ana de la misma manera que perdió la guita del robo.

La perdición puede tener diferentes maneras. El Doug McRay ─encarnado por Ben Affleck─ de la película The Town decía: “No importa qué tanto hayas cambiado, todavía tenés que pagar por las cosas que hiciste”, y en la que bien podría encapsularse el espíritu del género negro y su veta redentora. Es en estas líneas donde se juega Noches Sin Lunas Ni Soles.

Lecturas recomendadas:

Entre Hombres de Germán Maggiori, por el registro que recupera y reinterpreta -actualiza- la jerga criminal, y que al mismo tiempo es otra piedra angular del género negro en argentina.

Sueños de Perro de Guillermo Orsi. Comparte universo y desamparo, los códigos y la amistad. Y está dedicada a Rubén Tizziani.


Bonus.

Etiquetas: , , , , , , , , , , , , , Last modified: noviembre 20, 2020
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